lunes, 17 de mayo de 2010

Gran Bazaar - Kapalıçarşı: “Dios quiere al que hace negocios”

Nota FB de junio de 2009



Es uno de los paseos más importantes de Estambul, merece todo adjetivo posible por lo sorprendente, variado, inmenso y atractivo. Tiene varias puertas de acceso, en torno a las cuales hay más negocios y locales. Precisamente la frase que utilizamos por título de esta Nota se encuentra escrita sobre una de las principales puertas.

La información coincidente en guías y demás documentos de circulación general, es que tiene varios siglos, fue fundado durante la época otomana, por el Sultán Mehmet II, llamado “el Conquistador”, en el año 1452. Siempre estuvo en el mismo lugar (pleno centro de la ciudad antigua, como correspondió históricamente a las grandes superficies del comercio), manteniéndose a pesar de sus varias destrucciones por incendios a lo largo de los siglos. En el año 1954, parece que fue su última gran reconstrucción, siguiendo el plano original. Tiene de todo, destacándose joyerías, alfombras, confecciones y accesorios en cuero, chales y pañuelos de seda, artesanías variadas; pero en realidad tiene de todo. Con los años le han agregado restaurantes y cafés, pero no me pareció que hubiera muchos.

En cuanto a números que dan idea de su magnitud: más de 58 calles, 4.000 tiendas, entre 250.000 y 400.000 visitantes diarios. Trabajan unas 15.000 personas en las tiendas. Según un sondeo que se hizo en 1880,el bazar tenía 4399 tiendas, 2195 talleres, 497 telares, 12 almacenes, 18 fuentes, 12 mezquitas pequeñas, también una mezquita grande, una escuela primaria y una tumba. Según sondeo del año 1880, que encontré en Internet, que asegura que no ha variado mucho al día de hoy – y parece creíble, teniendo a la vista la dimensión - hay 4399 tiendas, 2195 talleres, 497 telares, 12 almacenes, 18 fuentes, 12 mezquitas pequeñas, también una mezquita grande, una escuela primaria y una tumba. Aunque en realidad es tan vasto, tan diverso, que puedo creer cualquier cifra: eso sí, que sea grande...

Realmente: es un laberinto, me perdí varias veces caminando por sus distintas calles. Éstas tienen por nombre el de los artículos que venden, cosa que sirve de referencia para ubicarse. Aunque por mi parte, no me interesó saber dónde estaba durante la visita. Cuando me cansé de tanto caminar, pude ubicar la puerta por la que había entrado, para hacer el camino inverso al que me llevó al Gran Bazaar.

Es agotador este mercado, de veras. Estuve casi seis horas, apenas me senté tres de las veces que tomé té, y hablé muchísimo. Llamaba la atención cuando les contestaba que era de Uruguay. En general me preguntaban si era española. Si no contestaba nada, la segunda pregunta era por si venía de Italia: obviamente no tengo pinta de alemana ni asiática... Y una de las veces que dije que era uruguaya, me dijeron “Forlán”, porque era un turco que había vivido en España y seguía en contacto con el fútbol...

Por suerte para mí, tanto como me encanta pasear y sacar fotos en mercados, mercadillos, ferias, feiras, bazares, puestos, y cualquier cosa que tenga mercadería (mejor si son artesanías) expuestas para la venta, decía, inversamente a tanto como me gusta todo eso, está lo de hacer compras: no es lo mío, y menos cuando hay tanto, tanto que uno no sabe qué elegir. Si fuera compradora compulsiva, hoy en este lugar estaba liquidada. Aún así hice compras poco habituales en mis viajes como una de estas túnicas medio antiguas, una especie de casaca turca y algunas pashminas; también compré, como hago siempre, algo para colgar en el quincho de mi casa, pero nada demasiado complicado. De todas formas, imagino que el perfil de turista occidental con dinero, protagonista acostumbrado al shopping, debe dejar sumas muy importantes, no solamente por la tentación que significan estas maravillosas cosas del bazar, sino porque justamente de lo más conveniente en su precio son las joyas, alfombras, antigüedades y todo lo que sea seda, toda mercadería que tiene un alto costo. Hay unas túnicas de terciopelo bordadas con plata y oro que son una verdadera maravilla; sería un disparatado despropósito comprarme una, pero la verdad que son una maravilla. Me imagino que se venden porque por algo se las ve, aunque supongo que no tanto como la ropa tan fina de cuero que hay. Me habían dicho varios que me iba a sorprender el cuero y las confecciones, pero la verdad que pensé que no sería demasiado distinto de lo que se vé en nuestra región: es realmente mucho mejor en su corte y como es más fino y liviano, tiene una caída espléndida. Además son modelos de lo más innovadores, modernos, de colores vivos. Pero tampoco me compré: es un lío probarse y todo eso, por más que los vendedores son sumamente pacientes. De todas formas, el Gran Bazaar no me pareció que incitara ni reflejara el consumismo con la avidez habitual, es significativo como cultura comercial: cada compra es una negociación de ida y vuelta, sube y baja.

Lo que es una maravilla es la gente local. Muy simpática, obviamente quieren vender por eso hablan con todos quienes pasan, pero tienen muy buen modo, gran amabilidad y ubicación. En casi todas partes lo invitan a uno con un té. He aceptado tomar té cuatro veces en la mañana: té de manzana (dos veces), té de canela y té negro. Son sumamente gentiles y correctos. Hablan inglés y en algunos casos también algunas palabras de italiano y español. Se escucha mucho el español en el Gran Bazaar, además, el de España, porque hay mucho viajero de allí.

Lo del regateo, la verdad, es impresionante. Realmente tal cual: piden treinta euros por algo, que luego se compra en diez, doce o quince. Y menos si se compra en mayor número. Cuando uno duda, se piensan que es porque está regateando, entonces preguntan cuánto está pensando en gastar... ahí uno dice algo (cualquier cosa, baja) y siguen subiendo y bajando. Es más: si uno pregunta precios y se da media vuelta para irse, entonces lo siguen unos metros mientras van haciendo ofertas de precio menor y menor. Y además, en el medio del regateo invitan a tomar un té “sin obligación de comprar nada”... Pasa en todos los negocios. Es un espectáculo. Luego que uno le agarra la mano al asunto, es muy divertido.

Quien esté leyendo se podrá horrorizar con lo que voy a decir: pero de esta maravillosa ciudad, llena de monumentos históricos, religiosos y culturales tan valiosos, lo que me decidió a venir fue que quería conocer el Gran Bazaar. Y valió la pena. Ahora en lo que me queda del tiempo voy, igual, a tratar de ver todo lo demás.

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